Hace unos días
Noemí Rubio fue apartada del equipo femenino del
RCD Espanyol. El motivo: poner en el perfil del
Facebook una foto suya con los colores del
Barça en plena época de celebraciones culés. Me parece cojonudo. Es una falta de respeto lamentable hacia tu afición exhibirte con los colores del eterno rival. ¿Qué diríamos si
Raúl (el que nunca hace nada) se enfunda la zamarra azulgrana o
Xavi la camiseta del Madrid festejando algún título? Es más, ¿con qué cara se iba a presentar Noemí en el siguiente Espanyol-Barça? ¿hacia qué portería iba a atacar? Una cosa son los sentimientos personales y privados, que son de uno y no precisan justificación, y otra la imagen que proyectas al exterior. Y ahí sí que hay que guardar las formas, sobre todo si te debes a un público. Desgraciadamente, eso es muy complicado si perteneces a esa
secta autodestructiva llamada Facebook.
Y es que en realidad el comentario venía a cuento de esta nueva arma de destrucción masiva cibernética. Desde la invención del móvil no ha habido otra herramienta más dañina para la intimidad y el ámbito privado del individuo. Cuando perteneces a la secta todas tus miserias ven la luz en una especie de muro de las lamentaciones virtual. Tú no eres consciente, pero de un día para otro tu vida privada pasa a ser pública, y lo que es peor, pierdes el control sobre tu intimidad. Estás en manos de lo que tus presuntos "amigos" aireen sobre ti, ya sea en tu muro o en otros. Los chismes y las fotos comprometidas corren como la pólvora. Y procura no agregar a alguna ex indiscreta. Entonces ya has firmado tu sentencia de muerte.
El que piense que esto es una exageración, que le pregunte a Noemí o aquellos que están empezando a perder el trabajo por ser indiscretos en su ciber-chiringuito. Es más, ya es práctica habitual en cualquier empresa revisar el Facebook de cualquier candidato, antes incluso que su currículum, para averiguar cómo anda de la azotea. Lo siento, no me va este rollo.