Lo peor que le puede pasar a una sociedad es el
aborregamiento, que unos pocos marquen la pauta de lo que hay que pensar y hacer, y el resto obedezcan como ovejas al pastor. En
Catalunya ya hace tiempo que se produce este fenómeno. El
tripartito impone su pensamiento nacionalista y nadie les tose. Al medio que osa criticar le cierran el chiringuito. Y si algún grupo político alza la voz, mandan a unos cuantos radicales para sabotear el acto de turno y agredir a quien haga falta.
De un tiempo a esta parte la
izquierda progre e intolerante pretende conseguir lo mismo en el resto de España. Para ello se han propuesto callar al único comunicador hostil, el único que les mete caña y cuenta las verdades que más les duelen. Lo triste es que parece que finalmente lo pueden conseguir.
Una campaña brutal de acoso y derribo contra la Iglesia y la colaboración de la acomplejada
oposición gallardonita y marianil han provocado que a uno de los escasos periodistas independientes de este país le puedan cerrar el micro (aún a costa de que el medio en el que trabaja pierda la audiencia y se vaya a la ruina).
Podemos estar más o menos de acuerdo con el fondo y las formas del personaje (dicen que insulta, pero lo cierto es que le insultan muchísimo más a él), pero ¿esta es la sociedad que queremos? ¿es democrático y saludable
silenciar al que piensa diferente? ¿está justificado cargarse la libertad de expresión y opinión cuando no nos gusta lo que oímos? Dicen que la diferencia entre una dictadura y una democracia es que en la primera el poder controla a los medios mientras que en la segunda los medios controlan al poder. Quizá deberíamos reflexionar sobre ello.